domingo, 24 de febrero de 2008

El monstruo extreminador

Primero oyó que la tierra retumbaba, luego todo comenzó a vibrar como el parche de un bombo. El pánico le paralizó.

El viento soplaba con tal fuerza que tuvo que agarrarse a las piedras. Su sentido de supervivencia le hizo reaccionar. Corrió en busca de algún bosque o cueva donde poder refugiarse, pero no halló lugar alguno que le sirviera de escondite.

La cercanía del monstruo era obvia. Podía oler su nausabundo hedor. Sabía que se trataba del más horrendos de los demonios jamás creado. Anteriormente, en dos ocasiones, se había enfrentado a aquella situación extrema, y en las dos la naturaleza se mostró misericordiosa y salió ileso.

Ahora presentía su muerte.

Una descomunal garra, con afiladísimas y aceradas uñas, hizo presa en su cuerpo. Se estremeció. Previamente a perder el sentido, aquellos faros de luz verdosa le invadieron el cerebro cegándole.

Luego llegó la muerte, después nada.


El gato jugueteó con el ratón antes de devorarlo.

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